A menos que primero conozcas algo no puedes disociarte de
ello. El conocimiento, entonces, debe preceder a la disociación, de modo que
ésta no es otra cosa que la decisión de olvidar. Lo que se ha olvidado parece
entonces temible, pero únicamente porque la disociación es un ataque contra la
verdad. Sientes miedo porque la has olvidado. Y has reemplazado tu conocimiento
por una conciencia de sueños, ya que tienes miedo de la disociación y no de
aquello de lo que te disociaste. Cuando aceptas aquello de lo que te
disociaste, deja de ser temible.
Sin embargo, renunciar a tu disociación de la realidad trae
consigo mas que una mera ausencia de miedo. En esa decisión radica la dicha, la
paz y la gloria de la creación. Ofrécele al Espíritu Santo únicamente tu
voluntad de estar dispuesto a recordar, pues Él ha conservado para ti el
conocimiento de Dios y de ti mismo, y sólo espera a que lo aceptes. Abandona gustosamente
todo aquello que pueda demorar la llegada de ese recuerdo, pues Dios se
encuentra en tu memoria. Su Voz te dirá que eres parte de Él cuando estés
dispuesto a recordarle y a conocer de nuevo tu realidad. No permitas que nada
en este mundo demore el que recuerdes a Dios, pues en ese recordar radica el
conocimiento de ti mismo.
Recordar es simplemente restituir en tu mente lo que
ya se encuentra allí. Tú no eres el autor de aquello que recuerdas, sino
que sencillamente vuelves a aceptar lo que ya se encuentra allí, pero había
sido rechazado. La capacidad de aceptar la verdad en este mundo es la
contrapartida perceptual de lo que en el Reino es crear. Dios cumplirá con Su
cometido si tu cumples con el tuyo, y a cambio del tuyo Su recompensa será el
intercambio de la percepción por el conocimiento. Nada está más allá de lo que
Su Voluntad dispone para ti. Pero expresa tu deseo de recordarle, y ¡oh
maravillas! Él te dará todo sólo con que se lo pidas.
Cuando atacas te estás negando a ti mismo, Te estás enseñando
específicamente que no eres lo que eres, Tu negación de la realidad te impide
aceptar el regalo de Dios, puesto que has aceptado otra cosa en su lugar. Si
entendieses que esto siempre constituye un ataque contra la verdad, y que Dios
es la verdad, comprenderías por qué esto siempre da miedo. Si además
reconocieses que formas parte de Dios, entenderías por qué razón siempre te
atacas a ti mismo primero.
Todo ataque es un ataque contra uno mismo. No puede ser otra
cosa. Al proceder de tu propia decisión de no ser quien eres, es un ataque
contra tu identidad. Atacar es, por lo tanto, la manera en que pierdes
conciencia de tu identidad, pues cuando atacas es señal inequívoca de que has
olvidado quién eres. Y si tu realidad es la de Dios, cuando atacas no te estás
acordando de Él. Esto no se debe a que Él se haya marchado, sino a que tú es
eligiendo conscientemente no recordarlo.
Si te dieses cuenta de los estragos que esto le ocasiona a
tu paz mental no podrías tomar una decisión tan descabellada. La tomas
únicamente porque todavía crees que puede proporcionarte algo que deseas. De
esto se deduce, por consiguiente, que lo que quieres no es paz mental sino otra
cosa, pero no te has detenido a considerar lo que esa otra cosa pueda ser. Aun
así, el resultado lógico de tu decisión es perfectamente evidente, sólo con que
lo observes. Al decidir contra tu realidad, has decidido mantenerte alerta contra Dios
y Su Reino. Y es este estado de alerta lo que hace que tengas miedo de
recordarle.
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Extraído del libro: Un Curso de Milagros
Enlace: https://acimi.com/es/un-curso-de-milagros/texto/capitulo-10/la-decision-de-olvidar
CAPÍTULO 10 LOS IDOLOS DE LA ENFERMEDAD Pag. 203