Señor mío y Dios mío, te alabo y te bendigo por todas las
enseñanzas que me has regalado en las experiencias de ayer.
Gracias por
acariciarme con tantas manifestaciones de amor y por hacerme confiar en Ti.
Sabes que requiero de tu ayuda. Hay tantas fallas en mí y tantas situaciones
difíciles que debo atravesar que necesito de tu poder maravilloso para seguir
adelante.
No quiero dejar que la
tristeza y el miedo se apoderen de mí ser, sino que quiero luchar y dar lo
mejor de mí siempre en cada situación y comprender que pase lo que pase saldré
ganando por tu amor infinito.
Te pido que hoy me acompañes en cada una de las
experiencias que tengo que vivir, no me dejes solo, soy muy frágil y no puedo
enfrentar todas esas situaciones sólo pensando en mí.
Te amo y confío en tu
poder, por eso pongo todo en tu presencia. Gracias por cada bendición de este
momento y por hacerme sentir que soy tuyo. Amén
Padre Dios, dale el coraje que necesita a este hermano
que me lee, para ser un verdadero testigo tuyo ante la sociedad. Amén.
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Hoy 8 de Agosto la Iglesia celebra a Santo Domingo. En su vida podemos
reconocer cómo el Espíritu Santo nos sorprende y a veces nos lleva a hacer
cosas que no se entienden mucho, pero que son necesarias para el Reino de Dios.
Ese Reino ya está presente en el mundo, y está
desarrollándose de manera misteriosa. Va creciendo aquí y allá, de diversas
maneras.
Como la semilla pequeña, que puede llegar a convertirse en un gran
árbol (Mateo 13,31-32).
Como el puñado de levadura, que fermenta una gran masa
(Mateo 13,33).
Y crece en medio de la cizaña (Mateo 13,24-30), también mientras
dormimos, sin que lo advirtamos (Marcos 4,26-29). Por eso puede sorprendernos
gratamente, y mostrar cómo nuestra cooperación con la gracia siempre produce
frutos en el mundo. Pero es necesario cooperar con ese poder divino tratando de
estar disponibles, liberados de los controles, esquemas y seguridades para
dejarnos llevar donde el Espíritu Santo quiera y para anunciar el Evangelio sin
demoras.
Esa urgencia es la que vemos plasmada en Santo Domingo. Él,
dos años después de fundar su congregación, formada sólo por 16 personas, envió
a los dominicos a París, Bolonia, Roma y España. En esos lugares debían fundar
conventos, estudiar y predicar. Nadie entendía esa dispersión de pocas
personas, con el riesgo de que la obra dominicana se acabara en poco tiempo.
Pero el argumento de Domingo era el siguiente: "Amontonando el trigo, se
arruina; esparcido, fructifica".
Esta opción arriesgada de Domingo, que podía acabar en poco
tiempo con su recién nacida congregación, se explicaba por una convicción
profunda: ya no bastaba con fundar monasterios, centros contemplativos donde
los monjes vivían seguros y en calma. Ahora se trataba de anunciar el Evangelio
por todas partes, y viviendo en la inseguridad de los caminos, pobres y
confiados en la providencia. Él confió en el Espíritu Santo, que le hacía ver
esta necesidad, aunque muchos no podían comprenderlo.
El mundo necesitaba profetas, y el ideal de Domingo era
vivir predicando el Evangelio como los Apóstoles. En él y en sus compañeros el
Espíritu Santo había derramado el carisma de la predicación, y entonces no
tenia sentido quedarse quietos en unos pocos conventos. La Palabra de Dios era
en ellos como un fuego que no se podía contener (Jeremías 20,9). Pidamos al
Espíritu Santo que logremos experimentar esa hermosa pasión.
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Enviado por: Eloisa Gutierrez
Twitter: @ccpeloisa
ccp.eloisagutierrez@gmail.com
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